La
civilización occidental mantiene viva su fe en que la deuda puede ser
permanente. A los hechos me remito: se pide prestado antes siquiera de haber
pagado el crédito anterior y esta tónica es extensible a todos los gobiernos,
que carecen de un plan real para reducir la deuda y mucho menos para
eliminarla. El monstruo se agiganta sin cesar.
Creo,
por tanto, que pasaremos buena parte de los recién estrenados años veinte
sumergidos en una actividad económica incentivada por lo artificioso de unas
políticas monetarias que debieran haberse detenido hace mucho. Varados en la
llamada trampa de la deuda, desencallar su
conflicto no vendrá de la mano de viejas recetas, como el recorte de
beneficios o el incremento de los impuestos. El naufragio en una bancarrota
mundial está trazada y señalada en esta carta de navegación.
Dado
que no se ha pensado en preparar un reemplazo viable ni una estrategia realista
para su fin, excepto monetizarla, se intuye que nos adentraremos en una guerra
de divisas por debilitar las mismas. En este escenario, no tardaremos en
comprobar cómo se dispararán las sospechas sobre todas las monedas fiduciarias,
especialmente las emitidas por gobiernos con grandes deudas soberanas, con el
consiguiente incremento de las expectativas inflacionarias y las tasas de
interés.
Pensemos
en un estancamiento que lleve a incrementar aun más el déficit de los Estados
Unidos, junto a un cambio gubernamental que apueste por aumentar los impuestos
y el gasto, y podremos constatar el estallido de una gran recesión con déficits
todavía mayores. Este escenario está cantado y me atrevo a anticipar lo que
hará, entonces, la Reserva Federal: monetizar la deuda para evitar que las
tasas de interés se disparen, amortiguando así al dólar.
Combinen
esto con una crisis concurrente en Europa, añadiendo la persistente amenaza de
ruptura de la eurozona, y el resultado no será otro que apostar por debilitar
monedas, lo que disparará como nunca antes la inflación.
Cuando
colectivamente se caiga en la cuenta de que la situación es insostenible, se
convendrá que solo existe una manera de poner fin al disparate: reiniciar el
sistema. Alguien ya ha denominado a esto "el gran reinicio".
Mediante
este gran reinicio la deuda simplemente desaparecerá. Por supuesto e
inevitablemente creará ganadores y perdedores. Muchos prudentes serán castigados.
Muchos irresponsables serán recompensados. No digo que el hecho de que esto
ocurra sea justo ni bueno, únicamente anticipo que será lo que suceda.
Después
de la tormenta habrá de llegar la calma; ojalá tengamos la oportunidad de
vislumbrar y palpar una "Era de Transformación", repleta
de maravillosas oportunidades.
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