jueves, 2 de enero de 2020

Nada es para siempre, ni siquiera la deuda.

La civilización occidental mantiene viva su fe en que la deuda puede ser permanente. A los hechos me remito: se pide prestado antes siquiera de haber pagado el crédito anterior y esta tónica es extensible a todos los gobiernos, que carecen de un plan real para reducir la deuda y mucho menos para eliminarla. El monstruo se agiganta sin cesar.

Creo, por tanto, que pasaremos buena parte de los recién estrenados años veinte sumergidos en una actividad económica incentivada por lo artificioso de unas políticas monetarias que debieran haberse detenido hace mucho. Varados en la llamada trampa de la deuda, desencallar su conflicto no vendrá de la mano de viejas recetas, como el recorte de beneficios o el incremento de los impuestos. El naufragio en una bancarrota mundial está trazada y señalada en esta carta de navegación.

Dado que no se ha pensado en preparar un reemplazo viable ni una estrategia realista para su fin, excepto monetizarla, se intuye que nos adentraremos en una guerra de divisas por debilitar las mismas. En este escenario, no tardaremos en comprobar cómo se dispararán las sospechas sobre todas las monedas fiduciarias, especialmente las emitidas por gobiernos con grandes deudas soberanas, con el consiguiente incremento de las expectativas inflacionarias y las tasas de interés. 

Pensemos en un estancamiento que lleve a incrementar aun más el déficit de los Estados Unidos, junto a un cambio gubernamental que apueste por aumentar los impuestos y el gasto, y podremos constatar el estallido de una gran recesión con déficits todavía mayores. Este escenario está cantado y me atrevo a anticipar lo que hará, entonces, la Reserva Federal: monetizar la deuda para evitar que las tasas de interés se disparen, amortiguando así al dólar.

Combinen esto con una crisis concurrente en Europa, añadiendo la persistente amenaza de ruptura de la eurozona, y el resultado no será otro que apostar por debilitar monedas, lo que disparará como nunca antes la inflación. 

Cuando colectivamente se caiga en la cuenta de que la situación es insostenible, se convendrá que solo existe una manera de poner fin al disparate: reiniciar el sistema. Alguien ya ha denominado a esto "el gran reinicio".

Mediante este gran reinicio la deuda simplemente desaparecerá. Por supuesto e inevitablemente creará ganadores y perdedores. Muchos prudentes serán castigados. Muchos irresponsables serán recompensados. No digo que el hecho de que esto ocurra sea justo ni bueno, únicamente anticipo que será lo que suceda.

Después de la tormenta habrá de llegar la calma; ojalá tengamos la oportunidad de vislumbrar y palpar una "Era de Transformación", repleta de maravillosas oportunidades.



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