El verdadero artífice del cambio propone medidas
concretas, correctas y lo hace a tiempo. Sin embargo, parece que existe un
pacto para birlar esas ideas ajenas, evitando que se conozca quién las
elaboró.
Como en los complejos mercados bursátiles, en el
electoral también se falsea y engaña. Sus actores fingen y se atribuyen los
aciertos de otros. En vez de trabajar en plantar, su faena consiste en
suplantar. Recolectar la cosecha con el sudor del de enfrente. Tan lamentable
como cierto.
Racionalización del gasto, eliminación de lo superfluo
y lo duplicado, elaboración de un mapa competencial bajo la premisa de una
administración, una competencia; implantación de una ley que exija
transparencia a partidos políticos, sindicatos, patronal, asociaciones con
subvenciones públicas y Casa Real; cambio en la Ley Electoral con el fin de que
el voto de cualquier ciudadano valga lo mismo con independencia de su
empadronamiento (incluso encabronamiento); despolitización de los órganos
de gobierno de las cajas de ahorro; eliminación de intereses de demora
abusivos; concesión de una segunda oportunidad a los deudores hipotecarios
ejecutados y abocados al precipicio de la exclusión social o la elaboración y
presentación de listas sin imputados son, entre otras, muchas de esas
propuestas por las que pugnarán las viejas fuerzas políticas y por las que, sin
embargo, durante años poco o nada han hecho.
En la subasta por la adjudicación pública de su
autoría, pujan ferozmente los impostores en simbiosis con sus respectivos
medios de desinformación, mediante consignas comunicadas por múltiples
intervenciones sacadas de contexto, alteradas declaraciones, clamorosos
silencios, encuestas aliñadas e imágenes maquilladas, fiel reflejo de su
afinidad.
Salvaguardan entre sí su propia supervivencia, pretendiendo proteger el bosque de todos mediante meditados y calculados cortafuegos de opinión, para lo que no dudan en talar la exuberante belleza que exhibe la innata naturaleza de la razón. Supuestos bomberos que, aprovechando que truena, orinan gasolina.
El circuito del atajo constante, del ingenioso engaño,
del corrupto desvío y de la premeditada trampa a la transparencia para
convertir la luz en sombra mediante un velo translúcido, continuarán
utilizándose mientras el ciudadano, cual niño, siga asistiendo entre pasmado e
ilusionado a los múltiples juegos de manos que despliegan estos magos de las
urnas, auténticos reyes del disfraz.
Fácilmente aducible, incapaz de discernir, sin
criterio para elegir y convertido en forofo, cada cuatro años, la supuesta bisoñez
de su infantil inocencia autoimpuesta, cierra el truco en trato.
Todos nos hemos equivocado, pero parece que no todos
estemos dispuestos a aprender del error con su correspondiente propósito de
enmienda. Cuando el fallo lleva aparejada la negación del dictado de nuestra
propia conciencia, nos privamos de la oportunidad de reconocerlo y poder
incorporar el ánimo de no volver a tropezar con él. Pero también renunciamos
nada menos que a la oportunidad de concedernos la capacidad de pensar, y esto es
imperdonable e injustificable.
Así, quedamos maniatados e incapacitados para poder
valorar, aplaudir y premiar con nuestro apoyo el trabajo de aquel que actúa sin
reparos, únicamente vestido con el halo del compromiso, la coherencia y el
tesón. El ejemplar esfuerzo de la dedicación comprometida del intachable no
muda su atuendo atendiendo al sentido del puntual soplo de un fuerte pero
pasajero viento viciado de oportunismo.
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