Tras un período de estanflación (estancamiento e
inflación) con origen en el último trimestre de 2010 y que durante parte de
2011 se instaló en nuestro país, el nuevo período de recesión en el que hemos
entrado parece que incorporará como compañero de viaje a la peligrosa
deflación.
Reducir el déficit público subiendo impuestos y penalizando el ahorro
provocará menor consumo mientras siga sin fluir el crédito o sin que la banca
se plantee renegociar la deuda (importes, condiciones y plazos) que el sector
privado mantiene con ella, originando una deflación por deudas.
En ese escenario, al no existir liquidez, cae la
demanda provocando una paulatina bajada de los precios. Esto, a su vez,
ocasiona que tanto la producción como los ingresos de las empresas se reduzcan
y estas se vean obligadas a reducir sus plantillas, aumentando el paro aún más.
El déficit público, en este contexto de mayor desempleo y menos cotizantes,
aumenta nuevamente provocando el retorno a esa peligrosa espiral: caída de la
demanda, precios, producción y beneficios; más despidos, deuda pública e impuestos,…:
¿Explosión y revolución?
Solo si la demanda aumenta al disminuir los precios,
para lo que es necesario incorporar liquidez al sector privado, esta deflación
(que paradójicamente acaba provocando que nuestra deuda actual se vaya
incrementando en términos reales) puede remitir.
No creo que haya correlación entre desempleo y
sistemas de protección. Reducir el sistema de protección por desempleo o
salarios ni evita que se destruya empleo ni lo crea.
Es impensable que apenas doce millones de trabajadores
del sector privado mantengan un país como el nuestro. Un contrato de trabajo
indefinido a tiempo parcial con indemnizaciones crecientes por despido, unido a
la reducción de cargas sociales podría conseguir incorporar al mundo laboral a
muchos desempleados mejorando, a su vez, las arcas de la Seguridad Social.
Menores cotizaciones pero también menores costes por un paulatino
adelgazamiento del número de desempleados. Más ciudadanos trabajando,
generando, tributando y consumiendo. Prefiero “muchos pocos” que “pocos
muchos”.
Una correcta reducción del
déficit público comenzando por la eliminación de duplicidades y gastos
superfluos por un lado y, por otro, un mayor y más eficaz seguimiento y control
tributario que persiga y penalice la lacra del fraude pueden evitar un
incremento desmedido de impuestos (soportados mayoritariamente por las rentas
predominantes; esto es, los de siempre) que redundará en mayor renta disponible
para que familias y empresas puedan hacer frente a sus obligaciones sin tener
que disminuir el consumo.
Debemos
considerar y valorar más lo que ya poseemos antes de siquiera pensar en nuevos
logros. Es importante salir de la crisis cuanto antes, pero es irrenunciable
que lo hagamos todos.